lunes, 29 de julio de 2019

DESAFIANDO LOS PODERES

Otro libro muy pesado de leer, lleno de los mismos estribillos a que nos tienen acostumbrados los intelectuales de izquierda o sus simpatizantes, y aquí, el autor no puede evitar mostrar su admiración por aquellos que sembraron de destrucción y dolor el país a lo largo de 20 infernales años de una guerra librada entre hermanos.
Han sido 330 agónicas páginas que nunca terminaba de leer pero que debía, pues como investigador de nuestros conflictos era mi trabajo. La obra prometía mucho, aunque fuera más por su título que por la reputación de su autor. No discuto el concepto plasmado sobre que las movilizaciones sociales fueron contribuyentes a los cambios sociales en el país, algunas más, otras menos, estas organizaciones, algunas espontaneas y otros con años de lucha han demostrado lo que la historia ya ha plasmado en el mundo, los cambios en una sociedad no suceden, mayormente, por obra y gracia de sus iluminados gobernantes.
Han sido las luchas violentas de nuestras sociedades las que han marcado esta tendencia, y El Salvador no ha escapado a esta lógica. Desde las marchas que exigían el fin de la dictadura del Gral. Hernández Martínez en 1944 hasta las últimas marchas reivindicativas de 1980, la sociedad salvadoreña ha buscado obtener unas reformas sociales, económicas y políticas que el estamento gobernante les ha negado, nadie duda esta situación.
Pero cuando el autor se adentra a describir los movimientos sociales de la década de los años sesentas y setentas comete un craso error al afirmar que estos movimientos sociales son en su totalidad el resultado de luchas sociales heredadas o en el mejor de los casos, sumadas a una lucha por la defensa de los derechos de los trabajadores y toda esa jerga izquierdistas que a fuerza de repetirlo una y otra vez, pretenden se vuelva realidad.
En 20 años de guerra, 1972-1992, los movimientos sociales salvadoreños sufrieron una profunda transformación que los dividió en tres actores bien definidos: por un lado los pequeños grupos que defendían los derechos de la clase trabajadora, principalmente en el campo urbano, los movimientos de masa creados por cada organización subversiva para constituir un ejército de masas que les permitiera superar la inferioridad numérica de su aparato para-militar y aquellos grupos, cuyas dirigencias trabajaban para alcanzar los objetivos de la subversión comunista y cuyos militantes creían fervientemente en su lucha, sin saber que estaban siendo manipulados.

Pese a la defensa que hace el autor de estos grupos, a los que coloca como movimientos sociales reivindicativos sin agenda política o con nexos a las organizaciones armadas ilegales, es notorio que el mismo autor debe reconocer que la destrucción de este movimiento se debe en gran parte a que sus cuadros dirigentes fueron absorbidos por  los grupos armados de izquierda como natural espacio de acción, es decir, se prueba los vasos comunicantes entre estos grupos de masas y los grupos armados ilegales de la época que tanto niega el autor.
La obra seria totalmente irescatable si no fuera por un capítulo dedicado a uno de los programas de acción cívico-militares más grandes intentados en Centroamérica.
El capítulo dedicado a La Alianza para el progreso, que iniciara el Presidente Kennedy para transformas las sociedades Latinoamericanas en sociedades más justas, es de los pocos aspectos rescatados en ésta obra. Si, el detalle de éste Plan y sus implicaciones militares en la estructura y comprensión de los militares salvadoreños sobre ésta nueva forma de enfrentar los desafíos del comunismo internacional y las reformas internas que era preciso llevar a cabo, no las he leído en otro documento con tanto detalle, y fue el punto de partida para la reforma militar más completa que sufriera el ejército salvadoreño antes de 1981. Por eso simple hecho, es un libro que recomiendo leer, eso si, ármense de valor y paciencia mientras llegan a ese capítulo.

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