Este artículo es sumamente interesante, pues hace público uno de los análisis más completos (aunque algo erróneo) sobre la contrainsurgencia en El Salvador y Guatemala que he leído hasta ahora, su autor, un reputado oficial de los Boinas Verdes estadounidenses lo hizo en 1989 y hasta el día de hoy sigue siendo estudiado y citado por muchos historiadores y académicos, no concuerdo con algunas de sus conclusiones por las siguientes razones.
El autor hace una comparación
sobre el Manual Individual del Soldado en los ejércitos de El Salvador y
Guatemala:
“En el Manual Individual del
Soldado del Ejército de Guatemala, las primeras diecisiete páginas se dedican a
la apariencia personal, la cortesía y las relaciones respetuosas con la
población. El manual está escrito en formato de cómic, con excelentes
ilustraciones que dan vida a los principios de la conducta militar apropiada.
El ejército salvadoreño, si bien no se opone a estos principios, no enfatiza ni
supervisa su implementación. El Manual del Soldado Salvadoreño es una
adaptación del modelo estadounidense que se centra mucho más en las tareas
técnicas del soldado. Los soldados estadounidenses se entrenan para misiones
convencionales prácticamente aislados de la población civil, y se presta poca
atención a las relaciones cívico-militares para el soldado individual”.
La
diferencia doctrinaria (los manuales en uso) no deviene de la diferencia de
empleo de sus fundamentos tácticos por las tropas, sino que dicha doctrina esta
condicionada por la naturaleza de la amenaza, mientras en Guatemala la
guerrilla fue incapaz de disputar el poder al ejército, en El Salvador el
aparato militar insurgente casi vence al ejército salvadoreño hacia 1983.
Entonces, los militares guatemaltecos tenían la urgencia de evitar el apoyo de
la población a las guerrillas, esta era su principal misión, de ahí que las
operaciones psicológicas y de acción cívica fueran más urgentes de aplicar. En
El Salvador por otro lado, el ejército debió enfrentar un aparato militar
cuasi-militar de las guerrillas, las que formaron unidades de nivel Brigada y
Batallón. Por ende, la misión principal de los salvadoreños era combatir estas
formaciones, ello privilegiaba el entrenamiento de combate.
Otra
afirmación del autor nos confronta con la doctrina de la conducta militar de
los oficiales sobre sus tropas, una afirmación que aún no encuentro su asidero
real:
“Las diferencias en la conducta
militar también reflejan las variaciones en el concepto y la tradición de
liderazgo en ambos países. En el ejército salvadoreño, el liderazgo se
manifiesta a menudo demostrando autoridad sobre los subordinados, con escaso
énfasis en las medidas correctivas. Los guatemaltecos tienen un concepto de
liderazgo más avanzado, claramente diferenciado por el término que utilizan para
describir su estilo de liderazgo: «cariño». «Cariño» es una palabra española
que significa afecto, normalmente asociada al cariño que una madre muestra a su
hijo. Sin embargo, como bien sabe cualquier buen padre, el amor debe ir
acompañado de una disciplina firme, autoritaria pero justa. El ejército
guatemalteco se enorgullece del cuidado que brinda a sus soldados, pero tampoco
escatima esfuerzos para mantener una disciplina estricta. Esta forma de
liderazgo, que combina el cuidado y la disciplina firme, es clave para
construir instituciones militares eficaces”.
Esta
es una afirmación muy debatible y cuestionada, mi experiencia como oficial del
ejército salvadoreño contradice esta afirmación. Como en Vietnam antes, los
estadounidenses cuidaron de enseñar a sus alumnos salvadoreños la importancia
de cuidar del bienestar del soldado, involucrando al oficial en su cuidado
personal, sanitario y de formación profesional (selección para cursos). La
corrección de conductas negligentes o de apatía era parte de la formación
salvadoreña desde mucho antes de la llegada de los estadounidenses, comenzó con
la adopción de la doctrina Prusiana a finales del siglo XIX y principios del
siglo XX, me atrevería a decir, que era mucho más exigente que la implementada
por los guatemaltecos.
El
autor comprende con claridad las diferencias en los planes contrainsurgentes de
ambos ejércitos, pero define su eficacia a partir de preceptos de empleo
erróneos:
“Las fuerzas armadas
guatemaltecas han tomado decisiones difíciles al diseñar una estrategia y
destinar recursos, tanto de personal como de equipo, a los componentes blandos
de una estrategia de contrainsurgencia. La acción cívica, la defensa civil y
las operaciones psicológicas son los principales instrumentos de su estrategia.
Las operaciones de combate de pequeñas unidades y la recopilación de
inteligencia han apoyado el plan general. Las fuerzas armadas guatemaltecas han
demostrado continuamente comprender la naturaleza política de la guerra de
contrainsurgencia”.
Otra
vez, esta afirmación no toma en cuenta que la amenaza insurgente salvadoreña
entre 1981 y 1985 se combatió entre las unidades sumamente móviles de las
guerrillas a nivel Brigada y batallón que a su vez demandó una continua
operatividad del ejército a nivel táctico y operativo, a diferencia de los
guatemaltecos que, con las escasas fuerzas rebeldes, volvieron su atención a
los aspectos de prevención (o llamado también ganarse los corazones y mentes de
la población). De nuevo, las diferencias no son de estrategias, sino de
respuesta a la mayor amenaza para los gobiernos. Por esa razón, los equipos de
asistencia militar estadounidenses en El Salvador, entre 1981 y 1986 se
destinaron a suplir prioritariamente necesidades de combate.
La
estrategia salvadoreña se basó en una potencia de fuego abrumadora y la
maniobra de las unidades de combate con fuerte respaldo de la aviación de
combate y del fuego de la artillería. Por su parte los guatemaltecos se
centraron en los aspectos blandos de las operaciones de contrainsurgencia (La
acción cívica, la defensa civil y las operaciones psicológicas), pues la
amenaza de la guerrilla era mínima.
“La rotación constante de estas
unidades, prácticamente sin solapamiento, impide el establecimiento de vínculos
estrechos con la población local y un conocimiento preciso de la situación del
enemigo en la región. Las redes formales de inteligencia son prácticamente
inexistentes, y las informales, establecidas por los sucesivos comandantes, no
se transfieren formalmente al comandante entrante. Con frecuencia, el nuevo
comandante comienza de cero en el establecimiento de sus propias redes”.
Es claro que los batallones
de infantería desplegados en las brigadas y destacamentos militares por los
salvadoreños, tenían recursos limitados para ejecutar operaciones de
inteligencia (como establecer redes clandestinas de espionaje, etc.),
operaciones psicológicas y de Acción Cívica, pero estas funciones y misiones
eran suplidas o complementadas con los recursos de los estados mayores de
Brigada y Destacamentos. Hasta 1986, la movilidad en tierra y sobre todo en el
aire fue lo que determinó la derrota de las grandes unidades de la guerrilla y
su vuelta a la fase de pequeño grupos o células a partir de 1986. Este hecho
refrendó lo acertado de la táctica y estrategia salvadoreña. Mientras que los
guatemaltecos nunca se enfrentaron a este tipo de desafío, su Plan de
contrainsurgencia se vio plagado de acusaciones de abuso a la población
indígena.
El autor también establece
las diferencias en la formación y utilización de las Defensas Civiles en sus
respectivos planes de campaña. Si es cierto que el sistema guatemalteco fue
mucho más exitoso que el salvadoreño, ello por su implementación masiva (de
aspecto obligatorio), mientras que los salvadoreños lo establecieron de forma
voluntaria. En lo que se equivoca el autor es al afirmar que la Defensa Civil
salvadoreña fue desmovilizada en 1979 (claramente confunde a la DC con la
otrora ORDEN-Organización Democrática Nacionalista), lo que si es cierto es que
hasta 1981, se crearon lo que se conocería como Defensa Civil (armada), lo que
existió anteriormente fueron las llamadas patrullas cantonales (desarmadas y
que prestaban servicios de orden público y de forma rotativa). La Defensa Civil
salvadoreña se integró en las operaciones COIN del ejército, principalmente
como exploradores y agentes de información, como también lo hicieron los
guatemaltecos. En 1983, los estadounidenses ayudaron a formar una escuela para
la Defensa Civil que ayudó a profesionalizar más a este cuerpo paramilitar.
Por último, me referiré a la
afirmación del autor de que los salvadoreños nunca movilizaron sus reservas
durante la guerra, a diferencia de Guatemala que lo hice una vez en 1983. Pues
bien, lo cierto es que El Salvador movilizó sus reservas a principios de 1982,
en preparación para la campaña insurgente para boicotear las elecciones de la
Constituyente de ese año y durante diciembre de 1989 se movilizaron las reservas
por seis meses para completar los efectivos militares diezmados tras la
ofensiva hasta El Tope de la insurgencia en noviembre de ese año.
En conclusión, la diferencia
entre las estrategias de contrainsurgencia entre ambos ejércitos deviene más
del tipo de amenaza enfrentada que a una diferencia de conceptos aplicados. En
verdad es un artículo que todo estudioso de la contrainsurgencia debe leer.
